Correr en suelos rocosos
Entre las palabras con las que construyo una nueva vida, hay una gran ausente: estabilidad. Migrar se parece a una carrera sin ruta en donde pisar se hace difícil.
En mi otra vida, alrededor de Septiembre llegaba el momento de enseñar lingüística. Me gustaba esa unidad porque asumiendo que el lenguaje construye nuestra realidad, nos plantéabamos la posibilidad de cambiar el mundo. Hoy me acordé de esas mañanas y pensaba en las palabras que van moldeando para mi la idea de ser migrante y todo lo que encierra el concepto Canadá.
Intentar condensar Argentina en un párrafo sería imposible. Siempre que me preguntan cómo es me resulta difícil decir dos o tres cosas porque, lo sabemos, nuestro país es tan inmenso y hermoso como contradictorio. Para una overthinker como yo, la concisión siempre parece injusta. Condensar Canadá, en cambio, me resulta mucho más sencillo porque conozco solo algunos recortes, y seguramente ignoro las contradicciones.
En los libros, Canadá es muchas cosas y seguramente la información que desconozco esté a un clic de distancia. Pero no pretendo acá hacer un resumen enciclopédico. Solo puedo narrar desde mi experiencia, y lo que mi lenguaje me permite expresar. Lo cierto es que en mi versión de Canadá hay una palabra que falta: estabilidad.
En este lugar del mapa, reina en cambio, la incertidumbre. Siempre hay una meta a superar en una ruta que tiene un principio y un lugar de llegada pero nada más. El camino no está trazado. Tal vez esta historia de migrar se parezca a las carreras de orientación, en las cuales los corredores tienen que elegir su propia ruta, pasando por todos los puntos de control con ayuda de una brújula.
Siempre soñé con anotarme en esas carreras que se suelen hacer en Córdoba o en la Patagonia. Nunca entrené lo suficiente como para estar al nivel que exigen, pero tal vez este sea mi equivalente. Siento que estos primeros años en Canadá serán recordados como una carrera de orientación en la que se nos rompió la brújula, seguimos un camino equivocado que nos sumó kilómetros innecesarios y dormimos mucho menos de lo que queríamos.
Pasaron ya dos años, y de a poco esa imagen va cediendo. Tengo la sensación de que estoy más cerca de la llegada. Desde donde estoy no veo la meta, todavía sigo en la montaña de la incertidumbre, pero al menos puedo disfrutar del recorrido. Tengo menos miedos y más tranquilidad. Sé que mis piernas responden, cambie el aire en mis pulmones, y no estoy sola porque tengo un compañero con el que aprendimos a hacer un equipo. No fue fácil. Hubo períodos en los que nos sentimos a ciegas, y dudamos de todo lo que una pareja se puede cuestionar. Pero salimos de los caminos pedregosos de la única forma posible: dejándolos atrás.
Confieso que muchas veces elegí caer presa de la frustración y la autoexigencia. Miraba la trayectoria de otros que estaban en situaciones más estables y sentía culpa por venir más rezagada. Ahora pienso que debí haber sido más compasiva conmigo, y haberme acordado de mis años de running. Correr nunca se me dio fácil y hacer un podio estaba a años luz de mis metas. Pero eso no me subía a la balsa de la desesperación. Los podios no me importaban. El hecho era anotarse a la carrera, y poder correrla. La verdadera riqueza está en disfrutar del paisaje que va cambiando a tu alrededor; confiar en que las subidas van a ser duras, pero son la antesala de una bajada que nos va a dar un respiro.
Mi amiga A. y yo, intercambiamos audios con las preocupaciones y los triunfos de las vidas de migrantes. Vivimos en provincias distintas, pero sin dudas estamos atravesadas por la experiencia de convivir con la inestabilidad hasta que se vaya haciendo más llevadera, añorando por momentos la calma de un hogar que sabemos propio, en una tierra de la que nadie podría echarnos. Yo le llevo unos meses de ventaja, y ese tiempo extra de carrera me permite decirle que esté tranquila, que va a estar todo bien. Una vez que pasás el último ascenso, se viene un camino mucho más ameno. Hay piedras, el terreno no es estable, pero sabés cómo pisar para no resbalarte. Volvés a sacar la brújula que pensaste que estaba rota, y te das cuenta de que sólo había que aprender cómo ajustarla. Y vas entendiendo que la montaña es una gran maestra.
The Bookstack
1 libro que leí
Klara and the Sun. Kazuo Ishiguro (2021)
En el verano leí este libro de Kazuo Ishiguro. Está narrado desde la perspectiva de Klara, una inteligencia artificial creada para ser una especie de niñera protectora de niños. El contraste entre la confianza ciega que los humanos tienen en la superioridad de la máquina y lo que Klara realmente sabe del mundo es para mi lo mejor del libro.
1 que estoy leyendo
Normal People. Sally Rooney (2020)
Atrapada en una historia de amor de estos tiempos! Me encanta el ritmo rápido de la prosa, que va dando saltos en el tiempo para mostrar la relación intermitente entre Marianne y Connell. En la próxima carta les cuento qué me pareció.
Gracias por haber leido hasta acá. Si te gustó esta carta, escribime! Si tenés dudas sobre vida canandiense, preguntame con confianza. No tengo todas las respuestas pero podemos buscarlas!
Un abrazo de norte a sur,
Agos